Crónicas del gnochi extraviado


(Cronaca dil gnochi straviato)


Como todas las buenas novelas de suspense, esta historia comienza en los suburbios de una vetusta ciudad italiana con un buen plato de pasta encima de la mesa...

...Es ya 14 de Septiembre cuando escribo estas palabras. El cartel de neón de la pizzería San Felice titila vacilante al amparo del oscuro manto que con premura ha caído sobre Bolonia...

...Frente a mí, una vieja libreta y una fuente de Gnochi... ¡Ah, el Gnochi, qué feliz descubrimiento!. No puedo entender cómo no se ha exportado aún su suave textura e incitante sabor a las mesas del reino del que procedo...

Mas ya es tarde, mis ojos comienzan a entrecerrarse y todavía tengo mucho que contar, así que más vale ir empezando...

Mi aventura por las civilizadas tierras del antiguo imperio romano comenzaron un tanto desquiciadas, perdiendo, por causas ajenas a mi persona, el avión que debía llevarme desde París, hogar de mi añorada Torre Eiffel, hasta Bolonia. Para mi sorpresa, tras una fulgurante carrera por una anónima terminal del Charles de Gaulle, el coloso volador desplegó sus vigorosas alas sin al menos uno de sus pasajeros en su panza...

...El resultado: un vale por un sandwich barato en el bar de la esquina y 8 horas de espera en el aeropuerto... observando perplejo cómo la vida pasa delante de tus ojos cual arena extraviada en las onduladas dunas del tiempo... Llego de madrugada al hotel que me había de hospedar en Bolonia y me meto en la cama sin siquiera deshacer las maletas...

¡¡¡RING, RING!!!, la estridente alarma del móvil me da la bienvenida a un nuevo día... son sólo las 6 A.M. y cada uno de mis músculos se oponen firmemente a la perspectiva de interrumpir su descanso, mas... es hora de levantarse, ducharse y acercarse hasta donde va a tener lugar la presentación de la conferencia...

Lo cierto es que el Hotel Royal Carlton es un lugar elegante; en cuanto llego allí me doy cuenta de que es el típico sitio que, para mi gusto, adolece de un severo exceso de pompa... la calidad de un hotel no debería estar ligada a que sus baños tengan hilo musical y florecitas por doquier...

En fin, tomo aire y entro en el recinto de la presentación...

...Al principio me siento como el aguerrido Sam Neill en el corazón de Jurassic Park: Estoy en una sala plagada de arcaicos dinosaurios... solo que con traje, corbata y una tripa que denota una vida acomodada durante quizá demasiados años de su existencia...

Sobrecogido, busco con avidez un asiento vacío. Y encuentro uno: justo al lado de una chica de aspecto oriental que parecía agradable y probablemente había nacido en un año bastante próximo al 1982 con un margen de error no superior a 3 en términos de valor absoluto...

Mi primera pregunta en inglés: ‘Is it free?’ (refiriéndome al asiento)
Craso error... porque esa clase de preguntas genéricas pueden dar lugar a multitud de interpretaciones (algunas de ellas insospechadas) capaces de desencadenar nubes de tormenta en un declarado remanso de tranquilidad...

La señorita Judy Wang se me queda mirando con cara de sorpresa, pero luego sonríe y me hace un ademán con la mano: ‘yes, of course’

Resulta que la enigmática J. Wang que aparece en las listas de los asistentes al Congreso es una arquitecto de nacionalidad China que ha estudiado toda su vida en Suecia y que como yo va a presentar por primera vez sus logros a un auditorio en la hermosa lengua de Shakespeare... se me hace difícil no sentirme identificado...

Me centro en la conferencia, porque uno de los dinosaurios, especialmente ostentoso, ha empezado a hablar agradeciéndonos nuestros artículos, nuestro viaje hasta aquí, nuestra presencia, y toda esa clase de cosas que sólo se pueden agradecer cuando no tienes otra cosa más original que decir...

Termina el suplicio; ya vamos con más de media hora de retraso con respecto al horario previsto. Por fin empieza el congreso en sí: hay de todo: un tutti fruti folclórico y cultural con más de 200 personas de 47 nacionalidades distintas...

Desde el típico profesor medio chiflado, exponiendo descorbatado su penúltimo hallazgo (el último fue descubrir que no todos los ordenadores de hoy en día disponen de disquetera, y que los memory stick, los pendrives y ese tipo de cosas ya existen y están inventados), hasta el clásico buitre de relaciones públicas de la empresa X, que trata de vender una moto que sabes de antemano que jamás vas a comprar... todo eso aderezado con el pintoresco radical exaltado del desarrollo sostenible y el profesor Teleo Miartículo, ese tipo de persona cuyo mayor interés radica en saber qué porcentaje del auditorio va a ser capaz de mantenerse despierto al final de su exposición... ¡todo un reto, lo juro!

Después del intensivo maratón de 9 a 19, llego al hotel y toca practicar: ensayar mi presentación hasta que la sepa recitar tan bien como las canciones del X&Y de Coldplay.

Busco puntos débiles, salidas de emergencia a preguntas comprometidas... un verdadero show frenético de ensayos delante del espejo del baño de mi habitación con el portátil al lado de la jabonera y el secador de mano y el puntero láser rebotando de espejo en espejo, convirtiendo el aseo en una trampa mortal, cual fatídica misión del Splinter Cell para un curtido Sam Fisher.

Llega el día de la conferencia. No estoy nervioso... ¿queda claro?, no, es cierto, NO estoy nervioso; me afeito, respiro hondo y comienzo el ritual del traje...

...Como si de un extraño cortejo nupcial se tratase, coloco con mimo cada prenda sobre mi cuerpo de un modo mecánico y requeteensayado. Ajusto 15 veces el nudo de la corbata, compruebo 30 veces que el cuello de la camisa no esté fruncido. Cinturón, zapatos, camisa, corbata, pantalón, ojeras: todo está en orden

Me pongo la chaqueta. ¡Joder, qué calor!, 30 ºC en Bolonia, un sol de justicia abrasador y yo con la chaqueta a cuestas de un lado para otro... pido un taxi y me pongo en camino hacia el Royal Carlton jurando que no me vuelvo a poner un traje en mi vida y que quien en su día estimó que las corbatas eran elegantes debía de estar ahora mismo colgado, pendiendo de alguna de ellas particularmente prieta...

Llego al congreso, sigo sin estar nervioso, he practicado mucho y bien.

Los minutos pasan, y los conferenciantes desfilan uno tras otro delante de mí cual errantes sombras en un escenario de dantesca fantasía... ha llegado la hora, escucho mi nombre por los altavoces y luego un mar de silencio...

...Tomo mi puntero láser, me ato la chaqueta y me levanto con paso firme (aunque un poco menos firme que en los ensayos en la habitación)... Subo al estrado, me doy la vuelta para encarar al público... y contemplo una plétora de caras serias y rechonchas mirándome, esperando que rompa un silencio sepulcral que se ha instalado en el recinto y que sólo yo puedo llenar con mis palabras...

...

...Y ahora aquí estoy, cenando un estupendo plato de Gnochi. Mi conferencia fue bien, me puse nervioso y no lo hice tan suelto como delante del espejo, pero al final conseguí entrar en la rutina de la exposición y sacarla adelante...

...El directo impuso su gélido abrazo sobre mi ser, haciéndome sudar y desviando mi puntero láser en un par de ocasiones, mas aún así, el aplauso del final certificó un logro y me hizo ver que en el fondo todo el ajetreo e inquietud habían merecido la pena...

...la calma después de la tormenta... escucho una voz lejana, amortiguada... ‘Ladies and Gentlemen we are floating in space...’... una canción comienza a sonar en la pizzería San Felice y todo empieza a volverse borroso... me pesan tanto los párpados...

Cierro la libreta

Cierro los ojos.

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